martes, 19 de enero de 2010

Marcelo, la Iglesia y el 2012

Las encuestas ofrecen indicios de que el jefe de gobierno de la ciudad de México, Marcelo Ebrard, tiene su imagen al alza. En declaraciones el viernes a la periodista Carmen Aristegui, reveló que ofreció a la Asamblea capitalina garantías de que las reformas en materia de matrimonios homosexuales con derecho a adopción no serían vetadas por su gobierno.

Esto sin dudas abrirá una brecha entre Ebrard, la Iglesia mexicana y un sector de la población, no sólo en la ciudad sino en el país. En estas mismas horas el Partido Acción Nacional capitalino impulsa una consulta para determinar el nivel de apoyo ciudadano que encuentra la legislación a favor de las comunidades “gay”.

Encuestas serias han arrojado resultados interesantes: un sector importante de la ciudadanía está a favor de reconocer a hombres y mujeres homosexuales sus derechos civiles, lo que incluye contraer matrimonio. Pero ese respaldo se adelgaza notablemente tratándose de la resolución para permitir a esas parejas adoptar niños. En este punto, los porcentajes casi se emparejan, con una mínima cifra de apoyo, de uno a dos puntos, sobre aquellos que lo rechazan.

Siempre resultaría interesante emprender un estudio de esta misma naturaleza sobre el papel que deben guardar la Iglesia y los ministros de culto ante este tipo de temas.

Encontraríamos que un segmento de la población encuentra natural que los principios morales de la religión busquen ser dotados de fuerza de ley utilizando al Estado como el brazo operador de esta visión, mientras que otro sector creerá estar más cómodo si la religión es considerada un asunto individual que cada quien resuelve conforme a su propia intimidad.

Lo que no puede quedar fuera de vista es la implicación que estos temas tienen para el proyecto de Marcelo Ebrard como aspirante a la Presidencia por su partido, el PRD, y acaso por un bloque de agrupaciones de izquierda.

En sus declaraciones radiofónicas, Ebrard aceptó que el temas de los matrimonios homosexuales representará un costo político que está dispuesto a pagar como parte de su postura sobre lo que la izquierda debe hacer en este país.

Ebrard batalla desde hace años para construir su propio espacio y su propio proyecto. Le ha tomado la mitad de su gestión contar con una base política personal, incluso por lo que respecta sólo a la ciudad, donde ha podido aislar a grupos de su partido que desde 1997 crearon verdaderos cacicazgos en diversas zonas.

La ópera cómica en que se convirtió el caso “Juanito” en Iztapalapa marcó el fin del cacicazgo de los hermanos René Arce y Víctor Hugo Círigo en esa demarcación en donde se dirimen negocios multimillonarios, legales y criminales. Otras corrientes ligadas también al flujo de dinero han ido rindiendo armas igualmente. Sólo falta una de las más visibles: la que encabeza René Bejarano, acaso el más astuto, quien sigue controlando varias delegaciones.

En el entorno nacional, su suerte depende de los afanes de su aliado Manuel Camacho Solís, que busca mantener unido el eje partidista PRD-PT-Convergencia, que muchas veces no parecen querer lo mismo, ni siquiera ganar elecciones.

Esta unidad hasta ahora improbable es elemento indispensable, primero, para que la izquierda sea opción de gobierno, y segundo, para construir tan pronto como sea posible una candidatura con el consenso suficiente para hacerla competitiva, sólida, o al menos, clara y eficaz.

Ahí está la apuesta de Marcelo.

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